martes, 15 de julio de 2014

Despedida de soltera


Éramos un grupo numeroso (yo no conocía ni a la 3 parte), pero raroraroraro. Aficionados a sacar fotos en los lugares más horrendos que nos encontráramos (en un descampado, cerca de matorrales o de una papelera…), a ir divididos en subgrupos y a parar a cada kilómetro. Llegué agotada a nuestro destino, no por la pateada en sí, más bien por tanta parada (y sí, también por las vivencias estresantes que tuve que presenciar) : punto de salida. Caminaba con mi mochila a la espalda. De repente, me da por mirar para atrás y… ¿qué me encontré? Todo el mundo con el culo en el suelo, abriendo sus mochilas, y sacando comida... Con cara de interrogación, me senté con ell@s e intenté asimilar lo que veía: ¿¿acabábamos de llegar y ya había hambre?? Esa noche cené unas 4 veces (porque no era cuestión de estar allí mirando mientras tod@s comían… Compréndeme…) Una vez finalizado “el tentempié”, decidí ir más o menos a mitad del grupo (pa que no me pillara desprevenida otra situación del estilo…). A los 6 minutos, cuál fue mi sorpresa al ver a la gente sentándose en un muro “a descansar”… (¿¡¡Pero qué pasa aquí!!? ¿¡¡Qué Despedida de soltera es Despedida de soltera!!?)

Una cosa por la que merece la pena llamar a la NASA para que investigue, es mi mochila paradójica: sinceramente, ¿tú encuentras normal que cuanto más la vaciara, más me pesara? (Y no, lo de que cada vez me encontrara más cansada, no tiene razón de ser. Porque al día siguiente, cuando ya había descansado, ¡no había quién levantara esa mochila!) Si va a ser que “los diminutos” me gastaron una broma pesada…

Aunque tampoco es para menos lo que llegan a hacer ciertas personas por “Fé”. En este tipo de peregrinaciones es normal ir compartiendo tramo con otra gente. Junto a nuestro grupo, iba otro de 4-5 personas. Mientras bajábamos (ya de noche cerrada) una mujer se cayó haciéndose una herida ENORME en su rodilla; todo el mundo enfocándola con las linternas y la pobre ahí sufriendo (y a mí nublándoseme la vista, gracias a mi ya conocida “fobia a la sangre”). La atendieron, y en vez de pararse a descansar, ella continuó con su rumbo. Una buena kilometrada más abajo, la misma mujer (que iba incluso más rápido que nosotr@s) pisó mal en un bajón y se torció el tobillo de la misma pierna de antes. Lejos de abandonar, siguió con su empeño de “llegar a mi querida Virgencita”. Le perdí la pista. A las horas, cuando ya terminamos de bajar, (y donde ya había luz) la visualicé, a muy buen paso, un par de metros delante de mí: con un torniquete en la rodilla, cojeando e infatigable hacia la basílica. Estas cosas hacen pensar más de lo debido. Acabamos la jornada pasándonos (antes que por ninguna otra parte) por “unrestaurantedecomidarapidafamosoentodoelmundo” a tomarnos un merecido helado.

¿Secuelas? Sí. 2 ampollas en cada una de las plantas de los pies y poquitas agujetas en los gemelos. Lo de las agujetas ya está solucionado, lo otro tardará pelín más (mientras tanto, seguiré caminando “estilo pingüino”).

Dicen por ahí que una vez al año no hace daño… Qué suerte vivir aquí

No hay comentarios:

Publicar un comentario